Comentario
Cómo entró Cortés a ver la tierra con cuatrocientos compañeros
Volvió Teudilli al cabo de diez días, y trajo mucha ropa de algodón, y algunas cosas de pluma bien hechas, en cambio de lo que enviara a México, y dijo que se fuese Cortés con su armada, porque era excusado por entonces verse con Moctezuma, y que mirase qué era lo que quería de la tierra, y que se le daría; y que siempre que por allí pasase harían lo mismo. Cortés le dijo que no haría tal cosa, y que no se iría sin hablar a Moctezuma. El gobernador replicó que no porfiase más en ello, y con tanto se despidió. Y aquella misma noche se fue con todos sus indios e indias que servían y proveían el campamento; y cuando amaneció estaban las chozas vacías. Cortés se receló de aquello, y se apercibió a la batalla; mas como no vino gente, se ocupó en buscar puerto para sus naos, y en buscar buen asiento para poblar, pues su intento era permanecer allí y conquistar aquella tierra, pues había visto grandes muestras y señales de oro y plata y otras riquezas en ella; mas no halló aparejo ninguno en una gran legua a la redonda, por ser todo aquello arenales, que con el tiempo se mudan de una parte a otra, y tierra anegadiza y húmeda y por consiguiente de mala vivienda. Por lo cual despachó a Francisco de Montejo en dos bergantines, con cincuenta compañeros y con Antón de Alaminos, piloto, a que siguiese la costa, hasta tropezar con algún razonable puerto y buen sitio de poblar. Montejo recorrió la costa sin hallar puerto hasta Pánuco, excepto el abrigo de un peñón que estaba metido en el mar. Se volvió al cabo de tres semanas, que empleó en aquel poco camino, huyendo de tan mala mar como había navegado, porque dio en unas corrientes tan temibles, que, yendo a vela y a remo, tornaban atrás los bergantines; pero dijo cómo le salían los de la costa, y se sacaban sangre, y se la ofrecían en pajuelas por amistad o deidad; cosa amigable. Mucho sintió Cortés la poca relación de Montejo; pero aun así propuso ir al abrigo que decía, por estar cerca de él los buenos ríos para agua y trato, y grandes montones para leña y madera, muchas piedras para edificar, y muchos pastos y tierra llana para labranzas. Aunque no era bastante puerto para poner en ella contratación y escala de naves, si poblaban, por estar muy descubierto y travesía del norte, que es el viento que por allí más corre y perjudica. De manera, pues, que como se fueron Teudilli y los otros de Moctezuma, dejándolo en blanco, no quiso que, o bien le faltasen vituallas allí, o diese las naos al través; y así, hizo meter en los navíos toda su ropa, y él, con cuatrocientos y con todos los caballos, siguió por donde iban y venían aquellos que le proveían; y a las tres leguas de andar, llegó a un río muy hermoso, aunque no muy hondo, porque se pudo vadear a pie. Halló luego, en pasando el río, una aldea despoblada, pues la gente, con miedo a su llegada, había huido. Entró en una casa grande, que debía de ser del señor, hecha de adobes y maderos, los suelos sacados a mano más de un estado encima de la tierra, los tejados cubiertos de paja, mas de hermosa y extraña manera; debajo, tenía muchas y grandes piezas, unas llenas de cántaros de miel, de centli, judías y otras semillas, que comen y guardan para provisión de todo el año; y otras llenas de ropa de algodón y plumajes, con oro y plata en ellos. Mucho de esto se halló en las otras casas, que también eran casi de aquella misma forma. Cortés mandó con público pregón que nadie tocase cosa ninguna de aquéllas, bajo pena de muerte, excepto a las provisiones, por cobrar buena fama y gracia con los de la tierra. Había en aquella aldea un templo, que parecía casa en los aposentos, y tenía una torrecilla maciza con una especie de capilla en lo alto, a donde se subía por veinte gradas, y donde estaban algunos ídolos de bulto. Se hallaron allí muchos papeles, de los que ellos usan, ensangrentados, y mucha más sangre de hombres sacrificados, según dijo Marina, y también hallaron el tajo sobre el cual ponían los del sacrificio, y los navajones de pedernal con que los abrían por el pecho y les sacaban el corazón en vida y le arrojaban al cielo como en ofrenda. Con cuya sangre untaban los ídolos y papeles que se ofrecían y quemaban. Grandísima compasión y hasta espanto puso aquella vista en nuestros españoles. De este lugarejo fue a otros tres o cuatro, que ninguno pasaba de doscientas casas, y todos los halló desiertos, aunque poblados de provisiones y sangre como el primero. Volvióse de allí, porque no hacía fruto ninguno, y porque era tiempo de descargar los navíos y de enviarlos por más gente, y porque deseaba asentar ya: en esto se detuvo por espacio de diez días.